La mandolina del Capitán Corelli, de Louis de Berniéres

bernieres

El doctor Iannis Había tenido un día más que pasable en que ninguno de sus pacientes había muerto ni empeorado. Había atendido el parto sorprendentemente fácil de un vaca, abierto un absceso, extraído una muela, dado una dosis de Salvarsán a una señora de vida alegre, practicado un desagradable pero espectacularmente fructífero enema y producido un milagro mediante un acto de prestidigitación médica.

Rió para sus adentros, pensando que sin duda aquel milagro estaba siendo ya pregonado como algo digno del mismísimo san Gerasimos. El doctor había ido a casa del viejo Stamatis, que se quejaba de dolor de oído, y se había encontrado examinando un conducto auditivo más húmedo, malsano, repleto de liquen y estalagmítico que la gruta de Drogarati. Se había puesto a limpiar aquello de liquen con la ayuda de un poco de algodón empapado en alcohol y enrollado al extremo de una cerilla larga. Sabía que el viejo Stamatis estaba sordo de aquel oído desde niño y que ello había sido una fuente de constante dolor, no obstante lo cual el doctor se sorprendió cuando, en la profundidades de la peluda cavidad, la punta de la cerilla pareció topar con una cosa dura y rígida; es decir, algo sin excusa fisiológica ni anatómica para estar allí.