La agonía del dragón, de Juan Luis Cebrián

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– Yo le dije lo que tenía que decir: quien a los veinte años no es comunista es que no tiene corazón, y el que lo sigue siendo a los cuarenta es que no tiene cerebro.

Apagó el puro en el cenicero de latón, que utilizaba también como pisapapeles. Su mirada se desvió, involuntariamente, hacia uno de los documentos salpicado de ceniza, y desplegó una mueca sarcástica al reconocer el matasellos de confidencial.

– Pero una cosa es la que dije y otra la que pienso. Has ido demasiado lejos, muchacho.

Había un retrato del Generalísimo, con capote de campaña y un aura celestial Orlando su figura, colgado en alguna pared del despacho, y otro más reciente sobre su mesita. En éste, una fotografía, se le veía vestido de mariscal y tenía la mirada perdida, como sucede cuando uno posa para la eternidad, con una dedicatoria ilegible.