El trueno entre las hojas, de Augusto Roa Bastos

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El ingenio se hallaba cerrado por limpieza y reparaciones después de la zafra. Un tufo de horno henchía la pesada y eléctrica noche de diciembre. Todo estaba quieto y parado junto al rio. No se oían las aguas ni el follaje. La amenaza de mal tiempo había puesto tensa la atmósfera como hueco negro de una campana en la que el silencio parecía freírse con susurros ahogados y secretas resquebrajaduras.

En eso surgió de las barracas la música del acordeón. Era una melodía ubicua, deshilachada. Se interrumpía y volvía a empezar en un sitio distinto, a lo largo de la caja acústica del rio. Sonaba nostálgica y fantasmal.