La senda del perdedor, de Charles Bukowski

La primera cosa que recuerdo es estar debajo de algo. Era una mesa, veía la pata de una mesa, veía las piernas de la gente, y una parte del mantel colgando. Estaba oscuro allí debajo, me gustaba estar ahí. Debió haber sido en Alemania, yo debía tener entre uno y dos años de edad. Era en 1922. Me sentía bien debajo de la mesa. Nadie parecía darse cuenta de que yo estaba allí. La luz del sol se reflejaba en la alfombra y en las piernas de la gente. Me gustaba la luz del sol. Las piernas de la gente no eran interesantes, no eran como el trozo de mantel que colgaba, ni como la pata de la mesa, ni como la luz del sol.

Luego no hay nada… luego un árbol de Navidad. Velas. Adornos de aves: Aves con pequeños racimos de frutas en sus picos. Una estrella. Dos personas mayores peleándose, gritando. Gente comiendo. Siempre gente comiendo. Yo también. Mi cuchara estaba doblada de tal forma que si quería comer, tenía que cogerla con mi mano derecha. Si la cogía con la izquierda, se apartaba de mi boca. Yo quería cogerla con la izquierda.

Mujeres, de Charles Bukowski

Tenía cincuenta años y no me había acostado con una mujer desde hacía cuatro. No tenía amigas. Las miraba cuando me cruzaba con ellas en la calle o dondequiera que las viese, pero las miraba sin ningún anhelo y con una sensación de inutilidad. Me masturbaba regularmente, pero la idea de tener una relación con una mujer —incluso en términos no sexuales— estaba más allá de mi imaginación. Tenía una hija de seis años de edad nacida fuera del matrimonio. Yo había estado casado antes, a la edad de 35. El matrimonio duró año y medio. Mi mujer se divorció de mí. Sólo una vez en mi vida había estado enamorado, pero ella murió de alcoholismo agudo. Murió a los 48 años, cuando yo tenía 38. Mi mujer era doce años más joven que yo. Creo que también ella está ahora muerta, aunque no estoy seguro. Me escribió después de divorciarnos todas las navidades una larga carta durante seis años. Yo nunca respondí…

Música de cañerías, de Charles Bukowski

Me envolví en una toalla el pene ensangrentado y telefoneé al consultorio de médico. Tuve que descolgar y marcar con la misma mano con que sujetaba el teléfono descolgado, mientras con la otra aguantaba la toalla. Mientras marcaba el número, una mancha roja empezó a empapar la toalla. Se puso la recepcionista del consultorio.

 —Ah, señor Chinaski, es usted. ¿Qué le pasa ahora? ¿Ha vuelto a perder los tapones dentro de los oídos?

 —No, esto es un poquito más grave. Necesito que me dé hora inmediatamente.

 —¿Qué le parece mañana por la tarde a las cuatro?

 —Señorita Simms, es una situación de emergencia.

—¿Pero de qué naturaleza?

—Por favor, debo ver al doctor inmediatamente.

—Está bien. Venga y procuraremos que le vea.

—Gracias, señorita Simms.

Me fabriqué un vendaje provisional haciendo tiras de una camisa limpia. Por suerte tenía un poco de esparadrapo, pero era viejo y estaba amarillento y no pegaba bien.