Tiempos difíciles, de Charles Dickens

Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida solo son necesarias las realidades. No plateéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de realidades; todo lo que no sea esto, no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!

La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona de una escuela, y el índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en sus advertencias, subrayando cada frase con una  línea trazada sobre la manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del orador, perpendicular como un muro; servían a este muro de base las cejas, en tanto que los ojos hallaban cómodo refugio en dos oscuras cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras. Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, de labios finos, apretada. Contribuía a aumentar el énfasis la voz del orador, inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el énfasis el cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos que resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas, parecida a la costra de una tarta de ciruelas, que daban la impresión de que las realidades almacenadas en su interior no tenían cabida suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas rígidas, los hombros rígidos…, hasta su misma corbata, habituada a agarrarle por el cuello, con un apretón descompuesto, lo mismo que una realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.

Almacén de antigüedades, de Charles Dickens

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Viejo como soy, tengo predilección por los  paseos nocturnos, aunque (¡gracias a Dios!) adoro la luz, y bendigo -como todas las criaturas- la saludable influencia que ejerce sobre la tierra. En verano, cuando estoy en el campo, suelo salir tempranito por la mañana y vagar todo el día y, a veces, aun semanas enteras, pero cuando estoy en una ciudad, pocas veces salgo a pasear de día.

Dos factores han contribuido a hacerme caer en esta costumbre: mis achaques que la oscuridad disimula, y mi afición a reflexionar sobre el carácter y profesión de los transeúntes. La brillantez y las  ocupaciones del día claro se avienen mal con ese estudio: rostros que pasan como ráfagas ante la luz de un farol o un escaparate se prestan mejor a mis reflexiones que vistos ante la luz de sol; y, si he de decir la verdad, la noche es más benévola que el día, que muy a menudo destruye sin compasión las más gratas ilusiones.