Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx

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Hasta cumplir los cuatro años no establecí diferencia alguna entre los sexos. Iba a escribir “entre los dos sexos”, pero ahora se dan tantos matices, que si alguien dice “los dos sexos” se expone a que los amigos le consideren un caduco anacrónico y se pregunten en qué caverna habrá vivido uno en las últimas décadas.

Mi primera visión de un ignoto mundo de ensueños tuvo lugar con ocasión de la visita que hizo a mi madre mi única tía, mujer adinerada y de sugestivos encantos. Estaba casada con un famoso actor de vodevil, y, aunque todavía era joven, había viajado mucho, perdiéndose en más de una ocasión. Tenía el cabello rojo y los tacones altos, y unas formas ondulantes que se acentuaban donde deben acentuarse las formas. Lamento que mi extremada juventud me impidiera concertar con ella una cita.