Contrapunto, de Aldous Huxley

Huxley

– ¿No volverás tarde?

Había una gran ansiedad en la voz de Marjorie Carling; había algo semejante a una súplica.

– No; no volveré tarde –dijo Walter, con la culpable y desdichada certeza de que lo haría.

El tono de Marjorie, un poco tardo, excesivamente refinado hasta dentro de la aflicción, le molestaba.

– No después de media noche.

Ella habría podido recordarle los tiempos en que no salía nunca de noche sin ella. Habría podido hacerlo; pero no quería; iba contra sus principios: no quería forzar su amor en modo alguno.

– Bueno, digamos la una. Ya sabes lo que son estas fiestas.

Pero en realidad, ella no lo sabía, por la sencilla razón de que, no siendo su esposa, no se le convidaba a ellas. Había dejado a su marido para vivir con Walter Bidlake, y Carling, que tenía sus escrúpulos cristianos unidos a un ligero sadismo, gustaba su venganza negándose a concederle el divorcio.Contrapunto, o