El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio

“Describiré brevemente y por su orden estos ríos, empezando por Jarama: sus primeras fuentes se encuentran en el gneis de la vertiente Sur de Somosierra, entre el  Cerro de la Cebollera y el de Excomunión. Corre tocando la Provincia de Madrid, por La Hiruela y por los molinos de Montejo de la Sierra y de Prádena del Rincón. Entra luego en Guadalajara, atravesando pizarras silurianas, hasta el Convento que fue de Bonaval. Penetra por grandes estrechuras en la faja caliza del cretáceo —prolongación de la del Pontón de la Oliva, que se dirige por Tamajón a Congostrina hacia Sigüenza. Se une al Lozoya un poco más abajo del Pontón de la Oliva. Tuerce después al Sur y hace la vega de Torrelaguana, dejando Uceda a la izquierda, ochenta metros más alta, donde hay un puente de madera. Desde su unión con el Lozoya sirve de límite a las dos provincias. Se interna en la de Madrid, pocos kilómetros arriba del Espartal, ya en la faja de arenas diluviales del tiempo cuaternario, y sus aguas divagan por un cauce indeciso, sin dejar provecho a la agricultura. En Talamanca, tan sólo, se pudo hacer con ellas una acequia muy corta, para dar movimiento a un molino de dos piedras. Tiene un puente en el mismo Talamanca, hoy ya inútil, porque el río lo rehusó hace largos años y se abrió otro camino. De Talamanca a Paracuellos se pasa el río por diferentes barcas, hasta el Puente Viveros, por donde cruza la carretera de Aragón-Catalunya, en el kilómetro dieciséis desde Madrid…”

El geco. Cuentos y fragmentos, de Rafael Sánchez Ferlosio

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Para preguntar el nombre de una cosa bajo el entendimiento de esperar por respuesta un nombre común se usa la misma fórmula que para preguntar el nombre de una persona, o sea para recibir por respuesta un nombre propio: ¿Cómo se llama? Pero llamar a una persona es decir su nombre en voz alta para que venga, de donde se diría que, en principio, es en esta función de llamada en lo que primordialmente pensamos cuando preguntamos el nombre de una persona, ya que usamos para ello justamente “llamar”; mas he aquí, sin embargo, que no es sino esa misma palabra la que recurre al preguntar por el nombre de una montaña, y es sabido que al propio Mahoma le falló el milagro que hacer que fuese la montaña la que viniese a él.