—¿Qué es esto? —preguntó Nicetas, después de darle unas vueltas entre las manos al pergamino e intentar leer algunas líneas.
—Es mi primer ejercicio de escritura —contestó Baudolino—, y desde que lo escribí (tenía, creo yo, catorce años, y todavía era una criatura del bosque), desde entonces lo he llevado encima como un amuleto. Después he llenado muchos pergaminos más, algunas veces día a día. Tenía la impresión de existir sólo porque por la noche podía relatar lo que me había pasado por la mañana. Más tarde me conformaba con epítomes mensuales, pocas líneas, para acordarme de los acontecimientos principales. Y, me decía, cuando esté entrado en años (que a saber, sería ahora), extenderé las Gesta Baudolini sobre la base de estas notas. De esta manera, en el transcurso de mis viajes, llevaba conmigo la historia de mi vida. Pero en la huida del reino del Preste Juan…
—¿Preste Juan? Nunca he oído hablar de él.
—Ya te hablaré yo de él, quizá incluso demasiado. Te estaba diciendo: al huir perdí aquellos papeles. Fue como perder la vida misma.