Los vegetarianos del amor, de Pitigrilli

pitigrilli

Habló con frases sueltas, como si tuviera dificultad al respirar. Temperamento nervioso, experimentaba la emoción inevitable en el que entra para un diagnóstico en el gabinete de un médico que todavía no conoce. Había elegido un médico cualquiera, en lugar de uno de esos sabios ilustres que enuncian dictámenes definitivos, porque no quería evitarse la suprema posibilidad de un juicio de apelación.

– No tengo fuerzas para estar en pie; no tengo apetito; cada día me veo más pálido. Con frecuencia tengo las manos húmedas y calientes. Toso. Tengo palpitaciones cuya razón no sé explicarme. Por la tarde, algunas décimas de fiebre.

– ¿Edad?

– Veintiocho años.

– Desnúdese.

El doctor preguntó si en su casa se habían producido casos de muerte en sujetos jóvenes con enfermedades de largo curso, si de niño había tenido bronquitis, si nunca había notado hilos de sangre en la expectoración. Añadió:

– Quítese la camisa. ¿Profesión?

– Empleado.

– ¿Dónde?

– En un colegio. Soy profesor de algunas cosas inútiles.