La cartuja de Parma, de Stendhal

El día 15 de mayo de 1796, el general Bonaparte hizo su entrada en Milán, al frente del ejército que acababa de pasar el puente de Lodi, demostrando al mundo que, después de tantos siglos, César y Alejandro tenían un digno sucesor.
Los prodigios de audacia e ingenio de que Italia fue testigo durante algunos meses despertaron a un pueblo dormido. Ocho días antes de la llegada de los franceses, los habitantes de Milán no veían en ellos más que un rebaño de soldados indisciplinados, fatalmente condenados a huir siempre ante las tropas de Su Majestad Imperial y Real; esto es al menos lo que repetía tres veces por semana un periodiquillo del tamaño de la mano, impreso en sucio papel.
En la Edad Media, los milaneses fueron valientes como los franceses de la Revolución, y merecieron ver su ciudad arrasada por los emperadores de Alemania. Desde que se trocaron en súbditos fieles, su gran entretenimiento consistía en escribir sonetos en pañuelos de seda color rosa, cuando se anunciaba el casamiento de una joven perteneciente a familia noble o rica. Dos o tres años después de esta gran época de su vida, la joven ya tenía un amante; algunas veces, el nombre de este caballero, elegido por la familia del marido, figuraba en el contrato matrimonial. Entregados estaban a estas costumbres voluptuosas, sin emociones profundas, cuando les sorprendió la llegada del ejército francés.

Rojo y negro, de Stendhal

stendhal

La pequeña ciudad de Verrières puede pasar por una de las más bonitas del Franco Condado. Sus casas blancas, con sus tejados puntiagudos de tejas rojas, se escalonan en la pendiente de una colina, en la que las copas de los robustos castaños indican hasta las menores sinuosidades. El Doubs fluye a unos centenares de pies por debajo de sus fortificaciones, que antaño construyeron los españoles, y que hoy se hallan en ruinas.

Verrières queda protegida del lado norte  por una alta montaña, una de las estribaciones del Jura. Las cimas truncadas del Verra se cubren de nieve desde los primeros fríos de octubre. Un torrente, que se precipita desde lo alto de la montaña, atraviesa Verrières antes de afluir al Doubs, y mueve un gran número de serrerías, industria muy sencilla y que procura cierto bienestar a la mayor parte de los habitantes, más campesinos que burgueses. Sin embargo, no son las serrerías las que han enriquecido a esta pequeña ciudad; la manufactura de telas pintadas, llamadas de Mulhouse, es el origen del desahogo general, que, después de la caída de Napoleón, ha hecho reconstruir las fachadas de casi todas las casas de Verrières.